¿La maldad está en los genes?
El 14 de diciembre del año pasado, un joven de 20 años de edad llamado Adam Lanza ingresó en la primaria Sandy Hook, en Newtown, Conneticut y abrió fuego sobre veinte niños y seis adultos antes de dispararse a sí mismo. Antes de ir a la escuela, el joven ya había asesinado a su madre con su propia escopeta.
Ahora, científicos de la Universidad de Conneticut se preguntan si los genes de Lanza pudieran esconder una explicación para el terrible comportamiento del joven. ¿Y si existiera un gen de la "maldad? ¿Qué tal que los asesinos pudiesen ser identificados antes de que cometan un crimen? ¿Sería ético castigarlos simplemente en base a su biología?
Estas y muchas otras preguntas circulan hoy en día entre el gremio científico, causando grandes controversias.
En la última década, el doctor Kent Kiehl, neurocientífico de la Universidad de Nuevo México, ha visitado ocho prisiones de alta seguridad para llevar a cabo resonancias magnéticas de los cerebros de criminales; Esto con el fin de descubrir si los psicópatas tienen estructuras mentales diferentes al resto de los seres humanos. Sorprendentemente, Khiel ha encontrado resultados positivos para su hipótesis: al parecer, los psicópatas muestran una menor densidad del sistema paralímbico, zona encargada de procesar emociones. Así, estos individuos demuestran poca culpa, arrepentimiento o empatía para con sus acciones. Por otro lado, los "asesinos pasionales" tienden a presentar depresión extrema, al punto de sufrir psicosis alucinatorias. ¿Podrían estos factores estar determinados genéticamente?
Recientes investigaciones han encontrado genes específicos ligados a comportamientos antisociales o agresivos. En particular, un estudio llevado a cabo por la Universidad de Florida encontró que el gen MAO-A, aparentemente hereditario, parece jugar un papel importante en esta cuestión: Este gen afecta los niveles de dopamina y serotonina secretados por el cerebro, neurotransmisores que afectan el humor y el comportamiento.
Sin embargo, estas conjeturas levantan el temor de que, de comprobarse que la genética tenga algo que ver con el índice de criminalidad, ésta deje de ser asociada con factores contextuales, eliminando así la posibilidad e iniciativa social de mejorar dicho ámbito. Además, si todo comportamiento criminal puede ser atribuido a déficits neurológicos, ¿se podría juzgar a la persona por sus acciones?
Este último factor ya está teniendo repercusiones legales en Estados Unidos, donde varios asesinos han sido sentenciados por "homicidio involuntario" tras comprobar que sus niveles de MAO-A eran altos. En Italia, un juez redujo la sentencia del algerino Abdelmalek Bayout, quien apuñaló a un hombre simplemente por un comentario que hizo sobre su apariencia, por la misma razón.
El doctor Nigel Blackwood, miembro del Instituto de Psiquiatría en King?s College, Londres, e investigador en la materia, remarca que los genes como MAO-A no son promotores del crimen en sí mismos, sino que crean una cierta vulnerabilidad en personas que de por sí han sufrido una infancia traumática y nociva. Así, los factores contextuales no deben ser subestimados ni desatendidos.
Además, Blackwood resalta la importancia de este tipo de investigaciones ya que, más allá de buscar un factor determinante detrás del crimen, el objetivo de los estudios es elaborar una terapia apropiada para personas cuya bioquímica no les beneficia en su comportamiento.
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